El 9 de julio se celebra la independencia argentina. Me honra, la siento, la celebro. Pero también me interpela.
La independencia, como concepto político, fue una conquista histórica. Pero como estado real y cotidiano, sigue siendo una deuda. Hoy no somos colonias de una corona extranjera, pero sí de un sistema que exige productividad a toda costa, que romantiza el dolor, que medicaliza la tristeza y que invisibiliza el agotamiento emocional.
Siento por momentos un país agotado. Y no solo por las noticias o los discursos. También por la imposibilidad de parar, de decir no, de pedir ayuda sin sentir culpa, de la imposibilidad de atrevernos a mostrarnos vulnerables. En un contexto de crisis múltiples, cuidar la salud mental se vuelve un lujo para pocos y un privilegio que se suele esconder.
Un cuerpo social que no puede más.
Las estadísticas lo muestran con frialdad: el consumo de ansiolíticos aumentó, las terapias son inalcanzables para muchos, y los dispositivos públicos de salud mental están colapsados. Pero más allá de los números, está el relato silencioso de quienes se levantan todos los días sin ganas, con un nudo en la garganta o con la sensación de estar sobreviviendo, no viviendo.
Hay una independencia que no se firma con tinta, sino con llanto. Que no se enseña en la escuela, pero se aprende a fuerza de golpes. Es la de quien corta con un vínculo violento. La de quien dice “no puedo más” y se permite frenar. La de quien deja de ser funcional para empezar a ser fiel a su verdad.
Entre los tantos silencios que atraviesan la salud mental en Argentina, uno de los más elocuentes fue la pérdida progresiva de funciones del Hospital Laura Bonaparte. No se trata solo de un edificio ni de una medida administrativa: se trata de cientos de personas que encontraban allí un lugar de escucha, de urgencia y de cuidado. Pensar la independencia también implica preguntarnos qué pasa cuando ese tipo de cuidado empieza a desaparecer.
¿Y si también la libertad fuera emocional?
Pensar la patria desde el cuerpo y la mente puede parecer una provocación. Pero es, en realidad, una forma de traer la historia al presente. No hay país posible sin personas vivas por dentro. Sin espacios donde se hable de lo que duele. Sin políticas que garanticen no solo la supervivencia, sino también la dignidad emocional.
Tal vez la verdadera independencia, hoy, pase por recuperar el derecho a sentir. A no rendir. A habitar la vida desde el cuidado, la pausa y el acompañamiento.
Y así, entre tanto ruido, recordarnos que la patria también se siente.
Roma Brann.
.
Fuentes:
argentina.gob.ar/justicia/leysimple/salud-mental
mptutelar.gob.ar