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Cuando el templo se vuelve bálsamo y ruido a la vez

Cuando el templo se vuelve bálsamo y ruido a la vez

Hay lugares que uno elige por necesidad espiritual, por búsqueda de comunidad, o por ese anhelo íntimo de estar cerca de lo divino. La iglesia, para muchos, representa ese lugar de refugio. Así lo fue para mí siempre aunque nunca profesé mi religión. Hasta que una promesa me llevó al templo que recorrí y pisé desde niña, el que eligieron mis papás para casarse, el de mi querido barrio. Fui convencida de todas mis creencias, hoy me siento profundamente interpelada. ¿Qué ocurre cuando ese espacio comienza a confundir los sentidos, a alterar la percepción de lo sagrado, a cuestionar creencias, valores, posturas y estructuras que jamás me animé a cuestionar?, ¿es acaso una crisis de fe, un acto de rebeldía, un enojo? No lo sé.

He perdido total fe en la figura de un Dios omnipresente, omnipotente, masculino, poderoso. Pero en este regreso al templo he encontrado personas de carne y hueso que me han conmovido: la mujer hermosa que presenta la misa con su voz cálida, la señora de ojos brillantes que me pregunta cada mañana si quiero leer algo y comprende mis nos, los arpegios que dan sentido y corazón a la misa, el chico que me saluda en la entrada con una sonrisa. Tengo el alma fragmentada porque entré con demasiadas certezas y hoy no me encuentro en las palabras ni en las oraciones hechas. Quizás no encaje, es probable. Pero si hay un Dios y es amor, les aseguro que incluye todo y no excluye nada. No tiene normas ni reglas estúpidas, no tiene leyes. Abraza, no está en templos, ni en libros. Quizás está en el café o el mate de mis mañanas, en mis insultos y risas, en el amor que doy y en el que no me sale dar...quizás está en mi escritura. Yo creo que está en mi escritura...porque esa fue la que verdaderamente me salvó.

Roma Brann

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